Actos de Libertad

edoilustrado bienvenidos al teatro
Es deprimente tratar de soñar en Venezuela, o en cualquier lugar donde el sistema de vida sea: todo dentro del Estado, nada fuera de él.

Es desmoralizante crecer leyendo historias de eras pasadas donde la gente primitiva vivía en un sistema llamado autocracia, en el que unos trogloditas capturaban el poder y eran capaces de defenderlo hasta las últimas consecuencias, y darte cuenta un buen día  que aquello no era una fábula –que eres es un personaje de relleno en esa historia. En esos relatos se aprende de cómo había un aparato elefantiásico que servía de fachada a la institucionalidad: gobierna la mayoría que vota en unas elecciones, la administración actúa dentro del marco legal, los funcionarios de los poderes tienen nombre y apellido, y una descripción de cargo que demarca su misión (aunque actúen como brazos de un solo ente); pero todo es un teatro, una gran obra que sirve de distracción para que los espectadores –ciudadanos de carne y hueso– se entretengan mientras los actores –la cúpula– se enriquece. Sí, ese siempre es el cuento.

Y como buen teatro, los actores principales deben tener una narrativa romántica que capture el corazón de la audiencia: y qué mejor discurso que el de la reivindicación de los pobres. Desde que existe la literatura ese ha sido un tema recurrente, y desde que el mantenido de Marx lo articuló en términos capitalistas-proletariado esa historia ha deslumbrado a millones de personas generación tras generación. Que los burgueses, que la justicia social, que el capitalista es un mosntruo-devorador-de-almas-que-no-quiere-otra-cosa-que-la-destrucción-del-proletariado, porque lo odia. Por favor.

¿Y es que acaso se vive del odio?

La gente tiene que trabajar para comer, punto. Comer si quiere comer, beber si quiere beber, fumar si así lo desea, acostarse con quien mejor le parezca, tener hijos si siente el llamado, amar a los suyos y ocuparse de cosas mundanas, esa es la vida que la mayoría espera. Si odia o no a otro en el camino es su problema, pero nadie dedica su vida a hacer a otra gente miserable por simple regocijo. La cosa es que ese discurso, por lo simplista que es, porque pone a los personajes como los buenos y los malos, como en la literatura infantil, es muy sencillo de vender. Ese discurso ocupa a los gentiles y permite que los autócratas hagan y deshagan a su antojo manteniendo siempre la fachada de institucionalidad, porque eso de que lo llamen «tirano» a uno es muy feo.

Lo que no te dicen, o que nadie puede comprender a fondo a menos que lo viva, es lo desgastante que es vivir sin libertad. Sin libertad para poder retar al statu quo, para pensar distinto, para decir lo que se piensa, para salir a la calle y no temer por tu vida en cada esquina, para montar tu propio negocio porque crees que puedes ofrecer algo mejor de lo que consigues, para poder dedicarte a lo que quieres, para poder ser lo que quieras… nadie que no haya vivido en una autocracia puede entender la frustración de vivir sin libertad para pensar que existe algo mejor.

Estar inconforme con el presente es la premisa básica del progreso. Si uno está convencido de que lo que tiene es lo mejor que podría alcanzar nunca va a hacer un esfuerzo por superarlo. Esa es la fibra central de la evolución, la aspiración, negarlo es condenarse al estancamiento.

Y ese es el gran problema de las autocracias, que son soberbias, y por serlo se estancan. El autócrata –que nunca es uno, sino él y su corte–  está convencido de que tiene la razón, de que él siempre tiene la mejor idea, de que nadie es más astuto, o más rápido, o más apuesto, porque él es la punta de la pirámide y nadie puede atreverse a poner en jaque su posición ¿por qué? Un poco porque es cómo sentirse superior, pero sobre todo, porque estar en el poder es el mejor negocio del mundo, y más en un petro-Estado. Por si fuera poco, el estancamiento prolongado no tiene otro rumbo que el desgaste.

Entonces el autócrata debe silenciar a todo aquel que rete la supremacía del statu quo. Llámese prensa, llámese intelectual, llámese grupo político, sobre todo grupo político. Una y otra vez, el monstruo moverá sus tentáculos –llamados poderes– para desprestigiar y reprimir a cualquiera que se atreva a mostrar signos de inconformidad. Con el autócrata no se puede dialogar porque no quiere escuchar a nadie, el autócrata solo da monólogos y uno, la plebe, debe conformarse con lo que su majestad decida, y estar agradecido de sus condescendencias. Uno, el vasallo, no tiene derecho a ser tomado en cuenta. Uno puede pedir audiencia, pero una y otra vez será tildado de loco, de desubicado, de traidor, o simplemente no será escuchado. Y el bloqueo es más fuerte cuando uno ha sido encasillado en la categoría de «el malo», pues sólo recibirá improperios de la audiencia, incluso cuando ellos también sean víctimas de los atropellos del autócrata.

Pero de alguna manera un grupo de los invisibles siempre logra hacer frente al autócrata cuando su causa es legítima, porque el deseo de ser libre está impregnado en el alma humana, aunque no todos los hombres se hayan dado cuenta. Y el que lo logra se convierte en el héroe.

El héroe no se engancha en la narrativa del autócrata ni tampoco con su institucionalidad, él entiende que ese es su terreno donde hará y deshará a su gusto. El héroe también entiende que no puede derrotar al autócrata solo, porque el yugo es muy grande para llevarlo a cuestas. Su trabajo debe ser desenmascarar la verdadera cara del autócrata, de modo que una masa crítica abra los ojos y se dé cuenta de las cadenas que lleva en los pies. Pero esto no puede consistir sólo en la crítica, que dada la mano dura del autócrata es temida, el héroe tiene que ser capaz de venderle a la audiencia un futuro mejor que el que ofrece el autócrata, o de lo contrario permanecerán en el equilibrio perverso.

La confrontación será necesaria, pero sólo la idea de un futuro mejor puede dar fuerza a esos espíritus libres.

La libertad no es otra cosa que la oportunidad de ser mejor

Albert Camus

Un comentario en “Actos de Libertad

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