La miseria y otras mentiras piadosas

red pillsMe asquea cada vez que alguien sale con el comentario ridículo de que vivimos en el país más feliz del mundo. El más disociado, me gusta pensar.

Por eso recibí con sabor agridulce la noticia de que el Cato Institute había publicado un estudio de Steve Hanke, un Senior Fellow de Johns Hopkins,  sobre un índice mundial de miseria que había arrojado –por mucho– a Venezuela como campeón de la medalla de oro: sin vacilar, la reseña catalogaba a Venezuela como el país más miserable del mundo.

Por instinto reté la teoría, más por costumbre de entender la metodología antes de creer el argumento que otra cosa. El índice utilizado en el artículo era una evolución del índice de miseria de Okun, una suma de la tasa de inflación y la tasa de desempleo de la economía. El índice de Arthur Okun fue completado por Robert Barro, quien le agregó el rendimiento de los bonos soberanos a 30 años y restó el crecimiento anual per cápita del PIB; es decir, el índice mide la combinación de que su dinero pierda valor, la probabilidad de que esté desempleado, que el gobierno le cobre más impuestos o reduzca el gasto fiscal para poder pagar la deuda pública y los cambios en su poder de compra –sí, todo eso se puede sumar porque son tasas expresadas en porcentajes. Desde un punto de vista estrictamente económico, la idea es que mientras más alta la suma (mayor valor del índice), más ha empeorado la situación del ciudadano promedio, lo cual sirve de indicador para medir su nivel de vida; si empeora puede medir su sensación de miseria. El índice es relativo, es decir, compara a las sociedades con su propio pasado y no en términos absolutos, lo cual va muy de la mano de la teoría prospectiva de Kahneman y Tversky, que afirma que el ser humano valora de forma asimétrica las pérdidas y las ganancias. El pago de la pérdida es desproporcionadamente grande y en sentido negativo, con respecto a las ganancias que tienen sentido positivo.

Ok. Entendida la metodología procedí a leer la tabla:

misery index 2013

 

Según el índice, la inflación venezolana durante el 2013 fue tal (el estudio toma en cuenta la subestimación oficial y hace la salvedad sobre las diferencias por devaluación y depreciación del tipo de cambio en el mercado negro) que los venezolanos somos las personas más miserables del mundo, por la simple razón que el deterioro económico del año pasado fue sencillamente masivo. Una sonrisa imperceptible se me derramó hacia el cachete izquierdo.

¡Por supuesto que era cierto! ¿Cómo podía haberlo dudado por un segundo? No tenía que decírmelo Hanke con un índice elaborado, basta con ver la cuenta de la panadería cada dos días, con la factura del automercado y los anuncios matutinos de mi madre para hacernos saber que se acabó tal cosa y que el que vea por favor compre; basta con recordar que no logro comprar ningún activo, que me faltan dedos en la mano para contar a mis amigos que han vivido secuestros, que ni que incluya los dedos de los pies puedo contar a la gente querida que se ha ido y se sigue yendo, hastiada y sin ganas de ver para atrás… basta con leer a Willy McKey que con elegancia literaria nos recuerda cuán jodidos estamos. Y esas son solo las variables observables… ni se hable de la pérdida de libertades, de la frustración y la resignación a la idea de que en Venezuela la respuesta siempre es «No». No hay. No se puede. No me da la gana de hacer el más mínimo esfuerzo. No. No hay diálogo. No me interesa. No se va a resolver a menos que te bajes de esa mula. No. No hay sonrisas ni pa’ un remedio.

Me quedé mirando la pantalla, inmóvil, sintiendo esa pequeña punzada que me da en la muñeca derecha luego de tantas horas frente a la computadora.

«Con razón la gente se convence con la idea de que Venezuela es un país feliz», pensé, «como dice Sabina, ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor»

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